Una encuesta de la Sociedad Veterinaria de EU, de 2015, reveló que 60% de personas desearían estar con un perro si estuvieran en una isla abandonada
Esta compilación de cuentos protagonizados por perros, Dejar huella. Perros de papel, de la memoria, de la imaginación (ediciones Cal y arena, 2017), preparada y prologada por Anamari Gomís me hace agregarle un elemento más al famoso adagio de Augusto Monterroso, asevero: Hay cuatro temas: el amor, la muerte, las moscas y los perros. Lo sabemos desde Colmillo blanco de Jack London. Amamos a los perros porque nunca nos traicionan: no olvidar que el único que reconoce a Odiseo cuando regresa a Ítaca, es su perro Argos. Sí, con perdón del autor guatemalteco: los canes también han hecho tradición, son, nadie lo duda, figuras sustanciales de muchas fábulas en compañía del hombre, siguiendo sus rutas.
“Una parte sustancial del mundo son para mí los perros. Uno de mis grandes regocijos. De acariciar el pelambre de un can tibio y amable, muchos escritores, con la misma inclinación perruna que yo, han llevado a estos grandes compañeros a las páginas de la literatura”, apunta Anamari Gomís en el prólogo de este repertorio en que aparece ‘el mejor amigo del hombre’ en variadas circunstancias. Cuadrúpedos perdidos, enamorados, sentimentales, impuros, nostálgicos y soñadores. Doce fabulaciones breves empalmadas con lo onírico y algunas de sus contingencias.
Para Rafael Pérez Gay, “Un perro sólo es verdaderamente nuestro cuando estamos convencidos de que está a punto de hablarnos de su vida”. El Premio Cervantes 2005 se pierde con Sacho, ‘involucrado’ en un homicidio. Roma y El Vaticano y despertar con Sacho, que quizás ha soñado su mismo sueño. Sandra Lorenzano se reencuentra con su perro en México y descubre que Argentina ha llegado a sus brazos en ‘versión canina’. Naief Yehya en una pavorosa crónica de ciencia ficción en que los perros se transforman en cyborg, la mascota pasa a ser un iCAN: Smartphone canino.
El querido Gioco de Ángeles Mastretta en los laberintos del amor: sólo unas estrofas de Quevedo pueden sacarlo de ese trance de ‘amor no correspondido’. María Luisa La China Mendoza y sus Petronio y Petronia y el miedo de morirse y dejarlos desamparados. Dolly el regalo que le ha hecho a un encarcelado su hija. Dolly y los azarosos trances de un reclusorio, en la prosa cordial de Eusebio Ruvalcaba. Yoko y el cosmos de internet en los confinamientos de la muerte, según Orfa Alarcón.
Anamari Gomís ha reunido a varios de los más trascendentes narradores de la literatura mexicana actual. Los excelentes relatos de Pitol fueron tomados de El arte de la fuga (1996) y los otros, solicitados expresamente para conformar esta miscelánea de ‘espontaneidades caninas’. Sorprende “Sultán y Kash”, de Eduardo Cerdán, por su atmósfera fantástica en que los canes no son tan ‘amigos del hombre’ en una relación muy instigadora con una mujer. Sucede lo mismo con “Las limpiezas de los profetas”, de Mario Bellatin, que escribe sobre los perros sagrados del islam: los saluki en un relato sorpresivo y, asimismo, ‘insólito y fantasioso’.
“Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, casi al contrario de las personas, quienes tienden a mezclar amor y odio”, máxima de Sigmund Freud que en esta recapitulación de doce cuentos se hace latente por su entonación en que las rutas de los espejismos se untan de los hilos de la remembranza. En estos folios hay un perro que “ve sombras y oye pasos de seres que no habitan este mundo. Un perro hamletiano”. Pero, también hay otro que es un cyborg y uno más que alcanza sosiego con las metáforas de Quevedo.
“Lucas en la niebla y Moska”
Rafael Pérez Gay
Algunos de los mayores misterios de la ciudad los guardan los perros. Lo sé porque Lucas me lo ha enseñado. Después de un incidente de violencia callejera, el alto mando de la casa decidió que Lucas saliera a la calle de vez en cuando y bajo rigurosas medidas de seguridad. Lo ponen nervioso y lo enfurecen los perros que marcan terrenos que forman parte de su pasado. Con los humanos, un pan de Dios. Hablamos de un bóxer de poco o nulo pedigrí, por sus venas corre la sangre violenta de los callejones oscuros, las peleas a dentelladas húmedas no le son ajenas. Las orejas completas, sin el corte clásico del bóxer, le dan extrañas expresiones humanas de duda, de melancolía.
Un perro sólo es verdaderamente nuestro cuando estamos convencidos de que está a punto de hablarnos de su vida. Lucas ha cumplido diez años, a los setenta de la edad humana tiene fuerza para comerse a dos o tres cachorros pomerania de una sola mordida, salta medio metro, odia a los gaseros y creo sin exageración que habla solo. Él cree que ha perdido la razón. Ve sombras y oye pasos de seres que no habitan este mundo. Un perro hamletiano.
Fragmento del libro Dejar huella
Fuente: La Razón/Carlos Olivares Baró