Un bolero para arnaldo, Examen de mi padre,Orfandad, algunos de los textos que incitan a una reflexión sobre el tema; son retratos íntimos de los autores
Próximo domingo: Día del Padre. Por estos días, circulan en librerías varias publicaciones de destacados escritores, que nos invitan a reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre la figura del padre y los hijos. Memorias, ensayos narrativos, semblanzas, autoficciones y relatos: el padre, protagonista; el hijo, relator de dilemas, rutas y gestos de los entornos de la familia.
A continuación enumeramos los libros disponibles que redundan en la deferencia al padre.
Un bolero para Arnaldo. Memoria personal de Cuba, de Rubén Cortés, toma como expediente la muerte del padre para labrar la crónica de una Cuba encajada en la memoria (pasado): hoy, un espejismo y una expectativa. Arnaldo, figura paterna de tradicional linaje, ha inculcado en el hijo-narrador una ética marcada por lo humano y la honestidad que se contrasta con la situación actual de la Isla. Cortés hace un escrutinio de su país natal trazado en los hilos de la emoción: el eco del padre retumba en las páginas de un libro que se lee con asombro y querencia, con dolor y nostalgia.
Adiós a los padres, de Héctor Aguilar Camín, es un texto cordial y, asimismo, acuciosamente triste: trama absorbente en prosa impecable que nos lleva por los rastros de una familia marcada por un padre ausente, quien regresa, muchos años después, en busca de los hijos.
Examen de mi padre, de Jorge Volpi, emprende la cronología de la vida y muerte del padre del autor complementado con pasajes autobiográficos, referencias culturales y la situación política de México. Diez lecciones de ‘anatomía comparada’ y un padre conservador y amoroso, afectuoso y estricto.
La novela de mi padre, texto póstumo de Eliseo Alberto: ‘semblanza paterna’ a partir de los papeles sueltos dejado por el padre: especulaciones en la espiral de la memoria que revelan manías del gran poeta Eliseo Diego y ‘hechicerías textuales’ de su hijo, el novelista, Eliseo Alberto.
Yo no, del historiador y periodista alemán Joachim Fest, da cuenta de la arraigada convicción de su padre frente al acoso ideológico del régimen nazi y la búsqueda, por sobre todas las cosas, de la unión familiar y el decoro.
Orfandad, de Federico Reyes Heroles, traza la relación del hijo con el padre y con el político. Páginas que hacen un retrato íntimo, en los entornos familiares, de uno de los ideólogos más influyentes del México contemporáneo: Jesús Reyes Heroles (1921 – 1985).
Si se busca bien, en algunas librerías puede encontrarse la conmovedora novela de Rafael Pérez Gay, Nos acompañan los muertos (2009): itinerario de la enfermedad de los padres y el advenimiento de su muerte como una experiencia inmutable. “La cercanía de la muerte de los padres nos vuelve débiles, neuróticos. Me enfrenté a mí mismo muchas veces en busca de una respuesta ante la decadencia humana y la enormidad de la muerte”, apunta el narrador de esta novela en que el hijo se convierte en padre.
Y así, rastreando en librerías de saldo, es posible hallar la sorprendente novela del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (2006): redención afectiva del padre asesinado en Medellín por su determinante lucha en favor de los derechos humanos. La ternura al galope: canto al placer de vivir. Ira ante la muerte de un padre excepcional.
Exorcizar la figura del padre ha sido un desafío que recorre páginas íntegras de la literatura: no olvidar las obras de Manrique, Sabines, Paz, Kafka, Philip Roth, Martin Amis, Naipul, Vargas Llosa…
El padre muchas veces reverenciado y también debatido.
EL AMOR TODO LO ESPERA
Fue un contrasentido, pero al viejo le llegó la felicidad plena que llega en la vejez mucho antes de cumplir cincuenta años, la edad en que los hombres se despiden de la juventud. Estaba en el momento de tener un primer nieto de alguno de sus hijos, que pasábamos la veintena, pero sin planes de procrear. Las autoridades médicas lo jubilaron, a su temprana edad, por el avance del polvillo letal que trituraba sus pulmones, y quedó para cuidar las vacas en las márgenes del río y criar en casa canarios, tomeguines y palomas. En eso, llegó a la familia un nuevo miembro: mi primo Damián, el segundo hijo de mi tía materna Dania, quien se lo dio a cuidar a mi madre desde los cuarenta y cinco días de nacido porque no quiso inscribirlo en los círculos infantiles donde la Gran Utopía adoctrinaba a los niños de las madres trabajadoras del Estado. Damián se convirtió, de facto, en el primer nieto de mis padres. Fue un segundo aire de felicidad para ambos, los devolvió al tiempo de las respuestas. Mami lo disfrutó hasta la adolescencia: murió cuando tenía trece años. El viejo lo vio crecer como su hijo menor hasta casi la treintena…
Fragmento del libro Un Bolero para Arnaldo
Fuente. La Razón/Carlos Olivares Baró