Atrae Pinta la Revolución a 130 mil con cuadros únicos

En la exhibición se exhiben varias piezas por primera vez en México; 220 obras fueron prestadas por museos de todo el orbe; La frontera, de Kahlo, una de las joyas

Los tiempos convulsos no parecen tan lejanos según la lectura que ofrecen artistas como Frida Kahlo, María Izquierdo, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Leopoldo Méndez y Emilio Arrero en Pinta la Revolución: Arte Moderno Mexicano 1910-1950, muestra que concluirá en el Museo de Bellas Artes el próximo 7 de mayo y que explora la rica historia de una época de transformaciones.

Tras un recorrido por esos 50 años de modernidad, queda la certeza de que los tiempos no han dejado de ser convulsos, ni para México ni para Estados Unidos, ni mucho menos para sus artistas.

Kahlo y Rivera, Siquieros y Orozco, Izquierdo y Tamayo, vivían en el vecino país del norte, pintaban los muros de sus universidades y museos, daban talleres experimentales, retrataban a sus artistas por encargo de ellos mismo o solo “hacían de tripas corazón” aunque no se hallaran, como aseguraba sentirse Kahlo en Nueva York.

Autorretrato en la Frontera entre México y Estados Unidos es uno de los singulares testimonios de una Frida Kahlo “reteaburrida en un mugroso hotel de Central Park”, que tenía dos años de casada con Diego Rivera y permanecía al lado del pintor que había conseguido comisiones en el patio del Instituto de Bellas Artes de Detroit e iba y venía a la Gran Manzana. Frida estaba embarazada y tenía la gran esperanza de poder al fin dar a luz a un “Dieguito”. Estaba dispuesta a resistir, le dijo a su doctor en mayo. Y esa es la convicción que impera en el exvoto de metal, donde ella misma se retrata como si fuera la frontera, la línea divisoria entre un país lleno de esmog, industrialización, rascacielos y tecnología, y otro con piedras ancestrales, cerámicas de dioses antiguos, una tierra fértil y la luna y el sol en una dualidad perenne y colorida. Frida Kahlo firmó como Carmen Rivera, el nombre que le habían dado en una fiesta de despedida en casa de Malú Cabrera en la que se vistió de bebé y Diego fue el cura.

Poco después abortaría y en una última carta a su doctorle dijo: “Yo la mera verdad, ¡no me hallo!, como las criadas, pero tengo que hacer de tripas corazón y quedarme”.

Pero Frida no era la única que vivía sus propios parteaguas en un país ajeno.

Orozco pintaba en el Darmouth College un mural donde repasaba los sacrificios de la guerra (desde los rituales hasta los de la Conquista, los revolucionarios y los de la ciencia). David Alfaro Siqueiros por su parte, abre su taller en Texas, donde ya comienza a experimentar con la línea curva y a enseñar a jóvenes como Jackson Pollock, mientras atendía a clientes como el compositor y pianista George Gershwin y firmaba como Alfaro.

“Es verdad, los tiempos convulsos parecen no haber terminado y al final solo queda la certeza de que el arte es lo que nos queda”, coincide la curadora Dafne Cruz, tras hacer un intento por destacar las joyas de Pinta la Revolución.

Fuente. La Razón/Redacción

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