El título de la muestra alude a un texto del escritor John Dos Passos en el que elogiaba el muralismo en 1927; luego del cierre en México, el próximo 7 mayo, se mostrará en el Museo de Bellas Artes de Houston, Texas
Pinta la revolución, 1910-1950, es un intento por renovar los relatos que se refieren al arte mexicano de la primera mitad del siglo XX. Hace mucho que algunas tendencias del arte mexicano ocupan un capítulo en la historia del arte moderno mundial. No obstante, las mismas han sido objeto de debates e innovaciones muy importantes en las últimas décadas. Por ejemplo, se creía que José Guadalupe Posada había sido un grabador popular, opuesto a la dictadura de Porfirio Díaz y precursor de la Revolución. Hoy se piensa que era un artista que utilizaba medios tecnológicos de su época, en particular la fotomecánica, para la reproducción de sus caricaturas y además se le considera moderadamente porfirista y positivista. También se pensaba que la etapa de Diego Rivera en París había sido poco significativa, incluso él declaró con frecuencia que sus murales eran su contribución más importante a la producción artística mexicana, y se refirió con dureza a sus años cubistas. Cuando Carlos Pellicer le preguntó por qué había adoptado en su juventud ese estilo pictórico de vanguardia, dijo que “por pendejo”. Y aunque esta ruptura siempre había provocado suspicacia, Rivera tuvo una participación bastante comprometida en el movimiento organizado alrededor de Guillaume Apollinaire; y ese episodio, además de no ser menor para él, tampoco puede considerarse marginal en la historia del cubismo. Del mismo modo se pensaba que el muralismo mexicano era lo contrario de la pintura de vanguardia europea, pero en las últimas décadas se ha mostrado que la pintura mural mexicana tiene también una historia compartida con los movimientos europeos: el proyecto de cambiar la vida a través del arte. Incluso, se hablaba de “los Tres Grandes”, una expresión desafortunada que equiparaba a Siqueiros, Orozco y Rivera con los tres gobernantes de las naciones aliadas cuando se reunieron en Yalta: Churchill, Rossevelt y Stalin. Pero la historia se ha enriquecido con muchos otros protagonistas; la inclusión de Frida Kahlo en el canon del arte mexicano, que se hizo a contracorriente, ha puesto en duda esa forma machista de historiografía. Había, en suma, un relato principal, y con frecuencia se hablaba de la Escuela Mexicana de Pintura, si bien los especialistas están de acuerdo en que hubo la aspiración de construir un arte nacional, también en que hubo una pluralidad mucho mayor que la de una “escuela”. A los estudiosos no les resulta novedad que las ideas sobre el arte mexicano hubieran cambiado mucho; pero el público general no está enterado de esta transformación. Aunque se considera que las artes en México tuvieron una relación profunda con la Revolución, de ninguna manera puede pensarse que esa relación haya sido lineal, o bien de causa y efecto. Pinta la revolución es un nuevo intento por mostrar una parte de la historia del arte mexicano, pero incorporando los capítulos que a veces se habían omitido o minimizado, como la obra de los pintores cercanos a la revista Contemporáneos; las producciones plásticas en diálogo con el estridentismo; las representaciones más críticas y pesimistas de los artistas ligados al nacionalismo. Una sala de la exposición está dedicada a la historia de los pintores mexicanos en los Estados Unidos, y en general al intenso diálogo binacional de los años treinta. Es particularmente afortunado que se haya podido mostrar el Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos, de Frida Kahlo, entre muchas otras obras de mexicanos que reflexionaron sobre la realidad estadounidense y participaron en el debate de nuestro país vecino. Hay en la exhibición un esfuerzo por mostrar las conexiones entre la música y la pintura, a través de la suite para ballet Caballos de vapor, de Carlos Chávez, estrenada por Leopold Stokowski con la Orquesta de Philadelphia en 1932, con vestuario de Diego Rivera. Se muestran los bocetos de Rivera, y se consiguió en México, gracias al apoyo de la Fonoteca Nacional y sus especialistas, una grabación donde es Silvestre Revueltas quien dirige los cuatro movimientos de la pieza (casi siempre se tocan sólo los tres primeros). Existe la hipótesis de que Carlos Chávez participó en esa grabación, pero no como director, sino en la mesa de grabación. Se destinó un espacio específico para el desarrollo de la fotografía en México, incluyendo las aportaciones experimentales de Emilio Amero y un espacio amplio a la importante historia de la gráfica mexicana durante la posrevolución. También hay un espacio importante para el Método de dibujo de Adolfo Best Maugard y su impacto, particularmente en los pintores que acabarían asociándose con Contemporáneos: Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos, Emilio Amero y Abraham Ángel. Amero aparece como un artista que empuja la transición entre el decorativismo del método Best y el talante neoclásico de pintores como Rodríguez Lozano y sus discípulos. Una sala final, titulada “Alegorías negras”, y otra dedicada a la historia del surrealismo en México, completan la muestra. En las dos se explora el pesimismo de la Segunda Guerra Mundial, particularmente al final de la contienda y poco después de la misma. Son cuadros sumamente negativos—porque la realidad lo era—y por eso recurren a la alegoría, una forma que incluso para los muralistas, que eran pintores bastante académicos, resultaba ya más bien marginal. La relación compleja entre la pintura mural y otras expresiones, como la pintura de caballete y la gráfica se muestra con tres reproducciones digitales de alta resolución de una parte de los murales de Rivera en la SEP, el Corrido de la Revolución Proletaria (1928), de los murales de Orozco en el Dartmouth College, Épica de la civilización americana (1932-1934) y del mural de Siqueiros en el Sindicato Mexicano de Electricistas, Retrato de la burguesía (1939). Ya que el primero y el último están en la ciudad de México, a poca distancia del Museo, se dispuso un mapa para guiar al público a ver esas obras. En cambio, el mural del Dartmouth College, en Hanover, New Hampshire, ubicado al norte de los Estados Unidos, se reproduce en la sala. Referirse a la pintura mural en una exhibición siempre ha sido objeto de polémicas, porque esta surgió en contra. Se trataba de que fuera completamente opuesta al museo y su elitismo. Por eso la investigación es central. En el caso de Rivera, se hizo un esfuerzo por encontrar el texto originalmente publicado en El Machete del Corrido de la Revolución Proletaria; en el de Orozco, se comparó iconográficamente la pintura y el mural. Algo distinto ocurrió en el caso de Siqueiros: el mural del Sindicato Mexicano de Electricistas se ubica entre la producción muy radical y profusa del Taller de Gráfica Popular. La posición curatorial de Matthew Affron es un intento de situar la experiencia mexicana en la historia mundial del modernismo. En buena medida, Pinta la revolución es una reflexión acerca de la exposición Mexican Art Today, organizada en 1943 por Henry Clifford, en el Museo de Arte de Philadelphia. El catálogo de la muestra tiene catorce ensayos que buscan explicar los aspectos aquí reseñados, además de otros como el desarrollo de las corrientes arquitectónicas. Se suponía que el siglo XX había concluido, parece que no era acertado. |
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Fuente: La Razón |
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